Porque tú eres mi roca y mi castillo;. Por tu nombre me guiarás y me encaminarás. Salmos 31:3
En algunos jardines ingleses sofisticadamente diseñados, los paisajistas crean laberintos formados por altos setos. Al caminar dentro de ellos, una persona se ve obligada a avanzar por ensayo y error, ya que los arbustos impiden ver el camino completo. Sin embargo, alguien que observa desde lo alto, desde una ventana o balcón, puede distinguir claramente los senderos y orientar con precisión a quien está atrapado en la confusión del laberinto.
Así es la vida. En ocasiones, el creyente se encuentra en medio de un entramado de circunstancias desconcertantes. Puede ver dónde ha estado y dónde está, pero no logra divisar lo que hay más adelante. Sin embargo, Dios, que contempla todo desde la eternidad, conoce cada rincón del sendero. No hay encrucijada, vuelta inesperada ni obstáculo que le tome por sorpresa. Y promete guiar a los suyos por amor a Su nombre.
Esta es la diferencia que hace la perspectiva divina. Aun cuando la persona cree tener claridad sobre su rumbo, sigue necesitando la dirección del Señor. Por ello, no debe esperar a sentirse desorientado para buscar Su consejo. El corazón sabio acude a Él cada día, consciente de que solo Dios posee la visión completa del camino y sabe cómo llevarlo en paz y seguridad hasta su destino.
Señor, gracias por ser el que contempla con claridad todo el recorrido de nuestras vidas. Tú ves lo que nosotros no podemos ver y conoces cada giro antes de que lleguemos a él. Guía a tus hijos con tu sabiduría amorosa, incluso cuando crean que saben hacia dónde van. Enséñales a buscarte diariamente, a confiar en tu dirección constante y a seguirte con fe, sabiendo que tú los conduces por amor a tu nombre. En el nombre de Jesús, Amén.