Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, Seguridad mía desde mi juventud. (Salmos 71:5)
En este versículo, el salmista expresa con gran belleza y precisión una confianza profunda y duradera en el Señor, que ha estado presente desde su juventud. Revela una poderosa verdad sobre la naturaleza de nuestra relación con Dios: Él no es sólo una fuente temporal de esperanza o un refugio fugaz; Él es nuestra esperanza perdurable y nuestra confianza invariable, pues su amor y misericordia son constantes en todas las etapas de nuestra vida.
El camino de la fe suele comenzar en nuestra juventud, cuando nos encontramos por primera vez con el amor y la gracia de Dios. Es en esos años de formación cuando aprendemos a depender de Él, a buscarle en la oración y a confiar en Su sabiduría y guía. El salmista reconoce que su relación con el Señor se ha establecido desde una edad temprana, y que ha descubierto que Él es su roca y fundamento firme en medio de las incertidumbres de la vida.
A medida que envejecemos, podemos enfrentarnos a diversos retos y adversidades que pueden poner a prueba nuestra fe. Nos encontramos con decepciones, temores, reveses y momentos de duda. Sin embargo, en medio de todo ello, podemos aferrarnos a la verdad proclamada en este versículo. El Señor sigue siendo nuestra esperanza y nuestra confianza inquebrantable, como lo fue en nuestra juventud. Él es quien ha caminado con nosotros a través de cada fase y tiempo de nuestras vidas, y seguirá haciéndolo, pues asi lo ha prometido.
El mundo que nos rodea puede cambiar, las circunstancias pueden ir o no a nuestro favor, y muchas personas saldrán y también entrarán en nuestras vidas, pero, en todo ello, lo seguro es que la fidelidad de Dios permanecerá constante, pues en Su amor y bondad, no nos abandona ni nos desampara. Siempre está ahí, dispuesto a ser nuestro refugio y nuestra fuerza.
En tiempos de incertidumbre o cuando nos sintamos abrumados por los retos de la vida, recordemos esta verdad. Dirijámonos al Señor en oración, que ha sido nuestra esperanza y confianza desde nuestra juventu, y pidamos de corazón, sabiendo que nos escucha, que nos dé la dirección correcta para salir airosos de las tormentas que surjan en nuestra vida.
Que encontremos consuelo y ánimo al saber que nuestra esperanza en el Señor no está fuera de lugar. Él es el ancla de nuestras almas, la fuente de una confianza inquebrantable y el compañero constante de nuestro viaje. Abordemos cada día, independientemente de nuestras circunstancias, con la seguridad de que podemos depositar nuestra esperanza y confianza en el Señor, sabiendo que Él es fiel y nunca nos fallará.
Reflexiona:
– Piensa sobre tu camino de fe y sobre los momentos en los que has experimentado la fidelidad de Dios.
– Considera los retos o incertidumbres a los que te enfrentas actualmente. ¿Cómo te anima y fortalece saber que el Señor es tu esperanza y tu confianza?
– Dedica un momento a expresar tu gratitud a Dios por Su amor firme y Su fidelidad a lo largo de tu vida.
Oración:
Te doy gracias Señor, por como para el salmista: ser mi esperanza y mi confianza desde mi juventud. Desde los primeros momentos de mi vida, Tú has estado conmigo, guiándome y proveyéndome. Estoy agradecido por Tu fidelidad, amor y bondad inquebrantables. En El Nombre de Jesús, Amén.