¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Romanos 2:4
Después de hablar sobre la confesión, hoy es momento de profundizar en el arrepentimiento. Aunque son términos que a menudo generan incomodidad, en realidad encierran una gracia poderosa. A primera vista, confesar y arrepentirse parecen gestos de derrota. Sin embargo, en la economía del Reino de Dios, son puertas hacia la restauración.
Confesar, como vimos, es ponerse de acuerdo con Dios. Pero arrepentirse va más allá: significa dar un giro completo, dejar el camino equivocado y emprender el sendero correcto. Es una transformación interior que se refleja en decisiones externas. Y, sorprendentemente, no nace del temor, sino de la bondad divina. Es el amor paciente de Dios el que convence al corazón de que hay un camino mejor.
Muchas veces, cuando el ser humano se encuentra atrapado en sus errores, intenta resolverlos por sus propios medios, profundizando el problema. Pero Dios, con ternura y firmeza, muestra otro rumbo. Él no abandona, no señala con desprecio, no se cansa. Su bondad es tan grande que, aun cuando le fallamos, nos llama a volver, no con condena, sino con esperanza.
Arrepentirse no es castigo, es oportunidad. Es reconocer que lejos de Dios hay vacío, y que solo en su voluntad hay plenitud. Es rendirse a su amor y permitir que Él rehaga lo que el pecado quebró.
Señor, gracias por tu infinita bondad que me guía con amor hacia el arrepentimiento. Cuando me desvío, tú no me rechazas, sino que me llamas con paciencia y misericordia. Ayúdame a responder a ese llamado, a dar la vuelta y seguir tu camino. Que cada decisión mía refleje un corazón transformado por tu gracia. Gracias por mostrarme una vida mejor, contigo. En el nombre de Jesús, Amén.