Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9
Este versículo tan conocido encierra una verdad profunda: Dios no solo perdona, también restaura. La palabra griega usada en este pasaje para “confesar” implica más que una simple admisión; significa ponerse de acuerdo con Dios, reconocer que se ha quebrantado su ley, y afirmar que sus caminos son rectos y verdaderos.
Confesar un pecado no es simplemente decir que se cometió un error, sino reconocer con humildad que se ha actuado en contra del diseño perfecto de Dios. Aceptar esa verdad no es fácil, pero es el primer paso hacia la libertad. El perdón de Dios no se basa en méritos humanos, sino en su fidelidad y justicia. Él perdona porque ha prometido hacerlo, y porque Jesús pagó por cada falta en la cruz.
Además, el perdón no es el fin del proceso, sino el inicio de una restauración profunda. Al confesar, el corazón se limpia, se renueva la comunión con el Padre, y se eliminan los obstáculos que impedían crecer espiritualmente. Dios anhela una relación íntima con sus hijos, y siempre está dispuesto a perdonar para restaurar esa comunión.
Así que no hay razón para temer acercarse a Él. Cada vez que el Espíritu Santo señala una falta, lo hace por amor, no para condenar, sino para liberar. Su gracia está disponible hoy.
Señor, gracias por tu fidelidad y por tu disposición a perdonar. Que nunca se endurezca el corazón ante tu corrección. Ayuda a reconocer lo que no está bien, a confesarlo con sinceridad y a confiar en tu promesa de restauración. Gracias por limpiar cada herida y abrir un nuevo camino de intimidad contigo. Que cada paso esté guiado por tu luz. En el nombre de Jesús, Amén.