Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré. Hebreos 13:5
Detrás de cada mandamiento divino se esconde una muestra de amor. Dios no da órdenes para restringir la felicidad de sus hijos, sino para protegerlos del daño y guiarlos hacia una plenitud verdadera. Cuando el Señor llama a obedecer sus preceptos, lo hace porque conoce a fondo el corazón humano y sabe que muchas veces, en el afán de llenar vacíos o aliviar el dolor, se buscan caminos que solo conducen a más sufrimiento.
Ya sea a través de relaciones dañinas, hábitos destructivos o decisiones impulsivas, el ser humano suele tratar de suplir sus carencias con recursos que no provienen de Dios. Pero el Señor, en su sabiduría, señala esos caminos y los cierra no por castigo, sino por compasión. Él sabe que solo su presencia puede saciar el alma.
Por eso, la Palabra nos deja una promesa poderosa: quienes buscan al Señor no carecerán de ningún bien porque no serán dejados ni desamparados. Tal vez no siempre se reciba lo que uno espera, pero nunca faltará lo que realmente se necesita. En Dios se encuentra la paz, la guía, la corrección y la satisfacción duradera.
Confiar en su voluntad y descansar en sus decisiones es una forma de rendirse a su amor. Aun cuando no se entienda por completo lo que Él pide, se puede estar seguros de que sus mandamientos son expresión de su cuidado.
Señor, gracias por tu fidelidad y por guiarnos con tus mandamientos, que no son cargas, sino caminos de vida. Ayuda a confiar en tu sabiduría, incluso cuando cueste entender. Muestra lo que verdaderamente llena el alma y aparta todo lo que distrae del propósito eterno. Que tu Palabra sea siempre el faro que guía en la oscuridad, y tu amor el refugio en los momentos de vacío. En el nombre de Jesús, Amén.