El trabajo del Espíritu Santo es recordarnos que cuando hay un Dios amoroso de nuestro lado nada es fatal ni definitivo. Las emociones son poderosas y Dios sabe que, si no se controlan, pueden apoderarse de toda nuestra existencia. También sabe que a Satanás le encanta explotar las emociones descontroladas con mentiras que nos llevan a cosas autodestructivas y dañinas. Pero el Espíritu Santo no sólo está ahí para los bajones y los malos momentos. Él también está allí para moderar nuestros éxitos para que no lleguemos a la pendiente resbaladiza del orgullo y la autosuficiencia.
El Espíritu Santo siempre revelará la mente de Cristo en la toma de decisiones y nos moverá en la simple dirección de hacer esa cosa que muestra el amor a Dios y el amor a la gente. Las huellas del Espíritu Santo son sinónimo de sencillez espiritual, que conduce a la caridad y la integridad.
El Espíritu Santo cambia la forma de pensar en nosotros mismos para crear un hombre seguro y aceptado que busca agradar a Dios, frente a un hombre inseguro que lucha por la aceptación de los demás, que busca la aprobación de los demás y pierde su identidad en el proceso. El Espíritu Santo nos dice una y otra vez: “Tu papá te ama”. Cuanto más le permitamos ser el principal formador de nuestros pensamientos, más actuaremos sobre estos pensamientos, lo cual impacta totalmente nuestra relación con Él.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (Romanos 8:37)