Escucha:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece” (1 Corintios 13:4)
Piensa:
Muchas veces podemos pensar que la vida es injusta y que tenemos menos de lo que merecemos. Pensamos que nuestro esfuerzo no se ha correspondido con nuestra realidad y al ver a otros, llegamos, a formarnos la opinión de que tal vez ellos tengan cosas que por su forma de actuar pudieran no merecer. Allí empieza a sembrarse en nosotros, sin saberlo y tal vez por esa desmotivación momentanea, uno de los sentimientos que mas limita nuestro crecimiento y maduración, al caminar junto a Dios: La Envidia.
La envidia es un sentimiento, especialmente negativo, no sólo por el daño que genera sino por la facilidad con la que puede invadir el corazón. Al ocupar algún espacio en él, sólo empezamos a compararnos con otros, a ver si nuestra realidad es mejor o peor y a sentirnos, si no nos satisface la respuesta, inconformes, molestos y hasta vacíos. Además la envidia nos impide amar verdaderamente y nos invita a competir, perseguir solo lo material y en consecuencia llegar a la infelicidad.
El amor es el don espiritual universal que el Señor nos ha regalado. Nos ha dotado con la maravillosa capacidad de amar a otros, profunda, verdadera y honestamente, sin ataduras, sin prejuicios. Si por sentimientos como la envidia, disminuimos nuestra capacidad de amar, significa sin dudas que nos estamos alejando de Dios.
Si en algún momento tu corazón ha sido invadido por algún sentimiento de envidia, recuerda en ese instante, el amor puro que el Señor te ha dado, sin sufrimientos, benigno, expresado en ti como creación única.
Dios tiene un plan para tu vida; diariamente recuerda obrar en ese plan y has cambios positivos te permitan entender y recorrer ese camino. Cuando te determinas a ser la persona que el Señor te ha llamado a ser, encontrarás tu propósito y la envidia ya no tendrá espacio en tu corazón. Abrirás así las puertas a la satisfacción y regocijo en cuerpo y espíritu que sólo el Señor puede darte.
Ora:
Señor, me guías en cada paso y me recuerdas en el camino, las maravillosas bendiciones que has traído a mi vida. Ayúdame a no olvidar, la abundancia de esos dones que de ti he heredado, de manera que la envidia no tenga lugar en mi corazón. Amén.