Escucha:
Somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. (2 Corintios 3:18)
Piensa:
Me maravilla la metamorfosis de la oruga. Un insecto baboso y erizado, que desaparece para convertirse en crisálida, y al poco tiempo surge una delicada y hermosa mariposa. Es algo maravilloso.
Nuestra transformación en el momento de la salvación es igualmente radical y milagrosa. De un corazón destinado a la muerte, pecaminoso y depravado, Dios saca una criatura nueva que ha sido perdonada, hecha justa, y creada para tener el Espíritu de Dios dentro de sí (2 Co 5.21; Jn 14. 17).
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué, entonces, seguimos luchando con el pecado después de poner la fe en Cristo como Salvador? ¿No deberían haber desaparecido todos los hábitos e inclinaciones de nuestro viejo corazón? La respuesta es que el término “nueva criatura” se refiere a nuestra posición en Cristo. Es cierto que los creyentes son perdonados y que están eternamente seguros como hijos del Padre celestial, pero seguimos viviendo en cuerpos carnales, y mientras estemos en la tierra habrá una batalla continua entre el espíritu y la carne.
Dios nos transforma a lo largo de toda nuestra vida para que nos parezcamos cada vez más a Cristo. Su Espíritu nos ayuda a combatir el pecado, y nos enseña cómo vivir. Este proceso, llamado santificación, es una peregrinación que durará hasta que seamos llamados a la patria celestial.
Afortunadamente, el Espíritu de Dios nos guía y nos da poder para ser más como Cristo, y si nos sometemos a Él, nuestra conducta y nuestros pensamientos cambiarán. El Espíritu de Dios nos guía y nos da poder para ser más como Cristo.
Ora:
Señor, que Tu Espíritu me guíe a recorrer, con determinación, el camino de transformación necesario para convertirme en aquello que deseas y esperas de mí, conforme a Tu maravillosa voluntad