Palabra:
“Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré” (Salmos 91:2)
El inicio del versículo está marcado por una orden que el salmista se da a si mismo: proclamar una verdad. Y es que a veces en nuestro andar con Dios pasamos por alto el poder y la fuerza que las palabras a viva voz o declaradas mentalmente pueden tener en nuestra vida. Al completar esa orden, el salmista define al Senor como su cimiento, su base, la base de su esperanza y de su fe como castillo sólido que no puede ser derrumbado.
Esa metáfora es a su vez representación de lo que Dios significa para un cristiano, haciendo una analogía con términos militares, es decir, el Señor como nuestra defensa de ataques enemigos, nuestro escudo protector ante los embates de cualquier enemigo invasor, el fuerte en el que podemos refugiarnos para resistir.
Finalmente proclama el salmista la entrega total a los designios de Dios, una confianza total y plena cuando sentencia: “Mi Dios, en quien confiaré” ha decidido pues que las angustias y preocupaciones no oscurecerán su vida porque ha resuelto con la mayor de las convicciones dejarlas en manos del Señor.
Pensamiento:
Cuando nuestra confianza está puesta en DIOS, no existen espacios para las angustias o preocupaciones.