Escucha:
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:7)
Piensa:
La ansiedad es la enemiga de una vida tranquila. Hacemos todo lo posible por quitarnos el estrés: la publicidad turística promete que las vacaciones nos librarán del mismo; los gimnasios ofrecen ayudarnos a superarlo; y las revistas populares sugieren maneras de reducirlo por medio del ajuste de nuestra agenda de actividades o de nuestros hábitos. El problema es que nadie puede cambiar adecuadamente las circunstancias para lograr la libertad total de las penas, las cargas o los problemas.
Sin embargo, podemos tener una paz inquebrantable en los momentos de afán. Cristo dijo que busquemos su paz, porque Él ha vencido este mundo angustiante (Jn 16.33). El secreto es quitar nuestra mirada de los problemas que nos atemorizan, y enfocarnos en Dios, quien nos da todo lo que necesitamos, por su poder y sus recursos ilimitados (Sal 50.10; Ro 8.11).
La serenidad no puede fabricarse; es un regalo de nuestro Padre celestial. Dios envuelve con paz el corazón y la mente, lo que nos protege de la ansiedad y del temor. Notemos que Él no hace que los problemas se desvanezcan; es posible que todavía sigamos bajo la presión o con ganas de llorar, pero estaremos protegidos contra la preocupación, y rodeados de paz.
Los versículos de hoy nos dicen que oremos, en vez de ceder a la ansiedad. Ésta es una orden para hacer frente al estrés y a las angustias. La oración mantendrá su mente y su corazón guarnecidos con paz. Siga confiando en Dios para que sus defensas sean fuertes, y la ansiedad no pueda colarse. Los versículos de hoy nos dicen que oremos, en vez de ceder a la ansiedad.
Ora:
Señor, concédeme la voluntad para descansar mi cuerpo y espíritu en Tí. Ayudame a remover cada obstáculo y cada barrera que me impida encontrar el reposo necesario para respaldar Tu obra y propósito en mi vida. En tí confío Señor. Amén.