Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; Y serán llenos tus graneros con abundancia, Y tus lagares rebosarán de mosto. Proverbios 3:9-10
Un momento de paz puede ser un bien escaso, más aún, en medio de un mundo como el actual, dónde el hombre se ha alejado de Dios, por satisfacer las necesidades falsas que el mismo mundo ha querido impulsar en su corazón: el falso éxito basado en lo material, el tener muchos títulos, u ostentar poder sobre otras personas, o la lucha incansable por amasar y amasar cada día más riquezas y posesiones, con el hecho de alimentar una falsa sensación de seguridad. Y en medio de ese torbellino de impulsos negativos, que lo que traen al ser humano, es angustia y falta de tranquilidad, se levanta la única esperanza a la que muchos todavía no han abierto los ojos, y esto es, la promesa del Padre Celestial que con perfecta seguridad nos afirma: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33
El Señor nos promete Su paz y nos garantiza Su amor, en medio de las aflicciones del mundo, pero a Su vez espera de nosotros, que nos esforcemos por darle a el, la mayor gloria que esté en nuestras manos.
El versículo de hoy nos confirma esa vocación del buen siervo de querer honrar a Su Señor, revelación que se respalda en otro episodio cuando Dios ordenó a los israelitas que le dieran lo primero de sus cosechas en agradecimiento por sus abundantes provisiones (Deuteronomio 26:1-3, 9-11). También se les ordenó diezmar: dar la décima parte de su riqueza al Señor (Números 18:21-24). Unos 400 años después de la muerte de Salomón, Dios acusó a Israel de robarle al no diezmar. Ordenó: «Traed el diezmo íntegro al alfolí» (Malaquías 3:10).
Nuestro Padre de los Cielos considera que el corazón del que da es más valioso que el don mismo. Cuando Jesús vio a una viuda pobre depositar dos moneditas de cobre en el tesoro del templo, la elogió diciendo: «De su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.» (Mc 12, 44).
¿A quién elegirás honrar hoy? Si honras a Dios y lo pones en el centro de tu vida, cada día será un motivo de celebración.
Señor, que cada día elija honrarte, no con posesiones o bienes materiales, no con amasar riquezas, sino con mi compromiso de obedecer Tu ley y glorificarte con acciones de bien que den Testimonio de la grandeza de Tu nombre. Ayúdame a lograrlo Padre, Te lo pido, En El Nombre de Jesús, Amén.
