El corazón del sabio hace prudente su boca, Y añade gracia a sus labios. Proverbios 16:23
Las palabras que pronunciamos son más importantes de lo que creemos. Nuestras palabras tienen ecos que se extienden más allá del lugar o del tiempo. Si nuestras palabras son alentadoras, podemos levantar a otros; si nuestras palabras son hirientes, podemos poner barreras a su avance.
Así que aquí tienes un par de preguntas para reflexionar: ¿Intentas realmente ser una fuente de ánimo para las personas con las que te encuentras cada día? ¿Y tienes cuidado de decir palabras que eleven a esas personas? Si es así, evitarás los arrebatos de ira. Evitarás los arrebatos impulsivos. Pondrás fin a las rabietas siempre innecesarias.
Dirigirás palabras de ánimo y esperanza a amigos, familiares, compañeros de trabajo e incluso a desconocidos. Y, por cierto, todas las personas mencionadas tienen al menos una cosa en común: ellas, como casi todos los demás en el mundo, necesitan toda la esperanza y el aliento que puedan conseguir.
Nuestras palabras pueden ser semillas de esperanza, catalizadores del cambio y bálsamo para espíritus heridos. Al elegir conscientemente hablar con amabilidad, sabiduría y aliento, no sólo elevamos a los demás, sino que también cultivamos un entorno más positivo para nosotros mismos. Esforcémonos por ser conscientes de lo que decimos, reconociendo que nuestras palabras tienen el potencial de moldear vidas, reparar relaciones y difundir la alegría la paz y la calma de Dios, en un mundo que la necesita desesperadamente.
Señor, pon siempre en mi boca, palabras que eleven y levanten a mis hermanos, independientemente de la situación que estén pasando o las batallas que también ellos estén luchando. Dame la sabiduría para transmitir a ellos Tu mensaje de confianza, fe y fortaleza en medio de la tribulación, para que si no lo han hecho, se acerquen a Ti y experimienten las maravillosas bendiciones, que vienen de seguirte y servirte. En El Nombre de Jesús, Amén.