Devocional:
Por tanto, su calamidad vendrá de repente; Súbitamente será quebrantado, y no habrá remedio. (Proverbios 6:15)
La adversidad es imprevisible. Nos golpea con rapidez, a menudo sin previo aviso. Nuestra capacidad para evitarla es realmente limitada. Y si te ha fallecido repentinamente un ser querido, sabes lo aterrador y descorazonador que puede ser.
Como creyentes, no estamos llamados a vivir con miedo constante. Sin embargo, comprender lo efímera que es la vida debería impulsarnos a advertir a los que no tienen a Cristo de que el tiempo es breve. Conocemos de primera mano la precariedad de la situación. No hay nada que ninguno de nosotros pueda hacer para motivar a Dios a salvarnos. No hay nada que podamos hacer que pague la deuda de pecado que tenemos.
Sin embargo, también sabemos que “Él quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”.(1 Timoteo 2:3-4). Nuestro amoroso Padre celestial decide redimirnos mediante el sacrificio de Cristo en la cruz porque nos ama (Efesios 2:4). Y como beneficiarios de la obra del Señor de liberarnos de la muerte eterna y de Su don de la vida eterna, debemos sentirnos motivados para tender la mano y compartir la Buena Nueva de la salvación con los demás. Estamos encargados de hacer brillar Su luz aquí en la tierra para que otros puedan ver la bondad de Dios, darle gloria y aceptar Su don (Mateo 5:14).
No es voluntad de nuestro Padre celestial que nadie se pierda. Y la vida es corta. La calamidad llega de repente. Por eso Dios tiende constantemente la mano a la humanidad e invita a las personas a entablar una relación de amor con Él. Así que unámonos a Él en esa importante labor y aprovechemos al máximo los momentos que se nos conceden.
Jesús, gracias por la salvación de la que me has dado la oportunidad de participar. Ayúdame a aprovechar al máximo cada momento de ser Tu embajador ante los que todavía no te han encontrado. Amén.
