El que abre, y ninguno cierra, y cierra, y ninguno abre. Apocalipsis 3:7
El contrato que tanto anhelabas se esfuma. La puerta financiera que parecía una bendición se cierra sin previo aviso. Esa relación que te llenaba de alegría y promesas se rompe de forma inesperada. Golpe tras golpe, las oportunidades que pensabas que Dios había abierto se convierten en muros infranqueables. Y entonces te preguntas: ¿Qué está haciendo el Señor? ¿Por qué me permite vivir este retroceso cuando todo indicaba que contaba con Su aprobación?
En esos momentos de desconcierto, recuerda una verdad fundamental: Dios está al mando. Cada paso que das es dirigido por Su mano sabia y amorosa. Aunque no lo veas, Él está guiándote por un camino que traerá mayor gloria a Su nombre y un bien más profundo para ti, si te rindes completamente a Su voluntad.
La próxima vez que una puerta se cierre abruptamente, no lo veas como un castigo ni como una pérdida definitiva. Tal vez el Señor te está protegiendo de algo que no puedes ver ahora. Tal vez está evitando que tomes un rumbo que, a largo plazo, te causaría más dolor. Y con certeza, está preparando tu corazón para algo mucho mejor.
Confía. El Dios que cierra puertas también las abre. Y cuando Él abre una, nadie podrá cerrarla. Él ve el final desde el principio y sabe exactamente cuál es el camino que necesitas. Deja que tu fe descanse en Su soberanía.
Señor, cuando una puerta se cierre delante de mí, ayúdame a recordar que Tú sigues en control. Aunque no entienda tus caminos, confío en que cada paso está lleno de propósito. Dame paz para aceptar tus decisiones y fuerza para esperar el momento en que abras la puerta correcta. Renuncio a mis propios planes y recibo los tuyos, sabiendo que siempre son mejores. En el nombre de Jesús, Amén.