Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. (Jeremías 31:34)
En tiempos del Antiguo Testamento, el Señor se comunicaba con su pueblo por medio de los profetas. Hombres como Moisés, Isaías y Jeremías eran instrumentos elegidos para exhortar a Israel a rendirse ante Dios, adorarlo con sinceridad, obedecer sus caminos y servirle con todo el corazón. Esa necesidad de comunicación no ha cambiado: Dios sigue deseando hablar a su pueblo. Sin embargo, la manera en que lo hace sí ha cambiado. En lugar de usar intermediarios, ahora Él se acerca a cada corazón personalmente, a través de las Escrituras y por medio del Espíritu Santo que mora en los creyentes.
Aunque Dios aún puede usar líderes espirituales para instruir y edificar, se deleita en tener comunión directa con cada persona. Por eso es esencial reflexionar: ¿Está el creyente buscando conocer verdaderamente al Señor como Salvador, Señor y Amigo íntimo? ¿Dedica tiempo para cultivar esa relación, o depende exclusivamente de lo que otros le enseñan sobre Jesús?
Desde antes de que nacieran, el Señor deseaba una relación profunda con sus hijos. Hoy, esa invitación sigue vigente. Cada uno debe decidir si responderá al llamado divino. Nadie más puede vivir esa relación en su lugar. Quien lo busca con sinceridad, ciertamente lo hallará, y descubrirá la maravilla de conocer a Dios de manera personal y transformadora.
Señor, gracias porque sigues hablando al corazón de tus hijos con ternura y poder. Ayúdalos a buscarte cada día con deseo genuino, a deleitarse en tu Palabra y a escuchar la voz del Espíritu en lo profundo de su ser. Que no se conformen con un conocimiento prestado, sino que anhelen caminar contigo en intimidad y verdad. Enséñales a reconocerte y a amarte como su mayor tesoro. En el nombre de Jesús, Amén.