¿Pues busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gálatas 1:10
Una de las raíces más profundas de ansiedad en la vida de muchas personas es el deseo de probar su valía ante los demás. La necesidad de aceptación impulsa decisiones que a menudo terminan por desgastarnos: cambiar de apariencia, aparentar una vida que no podemos sostener, involucrarnos en actividades riesgosas, perseguir reconocimiento o estatus social. En este intento de encajar o destacar, se pierde de vista algo esencial: nuestra identidad en Dios.
Las personas que viven preocupadas por la opinión ajena suelen compararse constantemente, trabajan de más, se llenan de compromisos, y miden su valor por lo que producen o aparentan. Pero Dios nos ofrece una libertad diferente: la de vivir buscando Su aprobación, no la de los hombres. Cuando nos centramos en lo que nuestro Padre celestial piensa de nosotros, todo cambia. Él es quien nos da identidad, valor y propósito. Su amor no depende de nuestra apariencia, logros o posesiones.
Y en cuanto a nuestras acciones, el Señor no espera perfección externa, sino obediencia sincera. Trabajar con excelencia, no para impresionar al mundo, sino para honrarle a Él, nos libera de la esclavitud del “qué dirán” y nos permite vivir con gozo, seguridad y plenitud. La aprobación de Dios es suficiente.
Señor, gracias por recordarme que mi valor no se basa en la opinión de los demás, sino en Tu amor incondicional. Ayúdame a dejar atrás el deseo de agradar al mundo y a vivir centrado en agradarte solo a Ti. Que mi identidad esté firmemente anclada en lo que Tú dices de mí. Dame sabiduría para trabajar con excelencia, no por vanagloria, sino por obediencia y gratitud. Quiero ser tu siervo fiel, sin distracciones ni máscaras. En el nombre de Jesús, Amén.