Y el lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas. Isaías 35:7
¿Alguna vez has sentido que tu vida se asemeja a un desierto seco y estéril? Tal vez tu alma ha estado cansada, agobiada, y sin fuerzas para producir fruto. Esa sensación de vacío espiritual no es nueva: el pueblo de Israel también la vivió. En tiempos del profeta Isaías, Israel atravesaba una profunda desolación, tanto física como espiritual. Se habían apartado del Señor, ocupados en sus propios intereses, y como resultado, sufrieron duras consecuencias. Pero en medio de esa aridez, clamaron a Dios… y Él respondió.
El Señor, en Su fidelidad inquebrantable, no abandona a los suyos. Incluso cuando nosotros le fallamos, Él permanece cerca, dispuesto a restaurar lo que ha sido marchitado. Con amor paciente, nos ofrece su agua viva, capaz de transformar nuestra sequedad en vida abundante. Aquello que el pecado o el descuido han dañado, Él lo puede hacer florecer.
Dios no está anclado en el pasado. Aunque conoce nuestra historia, actúa siempre en el presente con la mirada puesta en el futuro. Nuestra vida no debe girar en torno a lo que fue, sino a lo que Él puede hacer hoy. Y lo hace con un propósito claro: traer gloria a su nombre a través de nuestra restauración.
Así que si te sientes cansado, si ves en tu vida áreas áridas y sin fruto, clama al Señor. Él tiene poder para levantar lo que ha caído y hacer brotar ríos donde antes hubo desierto. Confía en Él.
Señor, gracias por tu fidelidad que nunca cambia. En los momentos en que mi alma se siente seca y sin fruto, recuérdame que Tú estás cerca, dispuesto a restaurarme. Te entrego las áreas de mi vida que están estériles y confío en que harás brotar manantiales de agua viva en mi interior. Ayúdame a vivir el presente contigo, dejando el pasado atrás y caminando hacia el propósito que tienes para mí. En el nombre de Jesús, Amén.