Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. (Romanos 5:3-4)
Con los latigazos, encarcelamientos y peligros que sufrió Pablo, uno no se habría sorprendido si hubiera flaqueado en su fe (2 Corintios 11:23-29). El apóstol se enfrentó a terribles dificultades durante sus viajes misioneros, como casi morir apedreado en Listra (Hch 14:19), abandonar sus queridas iglesias para sufrir en Jerusalén (Hch 20:17-24) y naufragar de camino a Roma (Hch 27:14-44). En constante peligro, separado de sus seres queridos, amenazado por todas partes y zarandeado por innumerables pruebas, tenía buenas razones para estar desanimado.
Sin embargo, Pablo pudo decir: «que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:8-9). ¿Cómo pudo soportar tanto dolor y persecución? El apóstol había aprendido a caminar por el Espíritu y en dependencia de Su fuerza. En otras palabras, Pablo aprendió a afrontar sus problemas a la manera de Dios, y no a la manera del mundo.
Cuando experimentamos dificultades, nuestra naturaleza humana a menudo intenta expresarlas o sofocarlas de formas impías: mediante posesiones, adicciones o inmoralidad. Sin embargo, eso sólo nos debilita y acelera nuestra destrucción. No es de extrañar que flaqueemos. En cambio, debemos confiar en el Señor. Y cuando lo hagamos, 1 Pedro 5:10 promete: «Después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.». Y eso, es fuerza que nos llevará hasta el final.
Padre, necesito Tu fuerza inquebrantable para sostenerme. Ayúdame a resistir, Señor. Confío en Ti para que me ayudes a superar las pruebas a las que me enfrento y me conduzcas a la victoria. En El Nombre de Jesús, Amén.