Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere. Proverbios 3:12
El amor es el fundamento de todo lo que Dios hace en nuestras vidas. Cada prueba que permite, cada disciplina que recibimos, está impregnada de un profundo cuidado paternal. Nuestro Padre celestial no actúa con enojo ni con castigo impetuoso; más bien, nos ama tanto que no está dispuesto a dejarnos en el pecado, ni permitir que permanezcamos estancados o espiritualmente tibios.
Él desea moldearnos. Su meta es que crezcamos, maduremos y seamos íntegros —en espíritu, mente y cuerpo— para reflejar el carácter de Cristo. Y por eso, en Su sabiduría, nos corrige cuando es necesario. No para quebrantar nuestro espíritu, sino para someter con ternura nuestra voluntad a la Suya, que es buena, agradable y perfecta.
Así como un padre amoroso corrige a su hijo porque desea lo mejor para él, así también el Señor trata con nosotros. Busca arrancar de raíz el orgullo, el egoísmo y la desobediencia que nos impiden ser personas llenas de gracia, generosidad, obediencia y amor. La disciplina de Dios es una señal de que le importamos profundamente, de que no ha desistido de nosotros, y de que aún hay un propósito glorioso por cumplir en nuestra vida.
Señor, gracias por amarme tanto que estás dispuesto a corregirme cuando me desvío. Reconozco que Tu disciplina no es rechazo, sino una expresión de Tu profundo amor y compromiso conmigo. Ayúdame a recibir Tu guía con humildad, y a permitir que transformes mi corazón, eliminando todo lo que me impida parecerme a Cristo. Que mi vida refleje Tu carácter, y que cada corrección me acerque más a Ti. Gracias por ser un Padre paciente, justo y tierno. En el nombre de Jesús, Amén.