No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. (Isaías 43:5)
Una de las verdades más reconfortantes para nuestra vida es la providencia de Dios. El Todopoderoso cuida de nosotros por sí mismo. El Dios que nos creó es también el que nos sostiene. En él vivimos, nos movemos y existimos. Él es quien nos da la vida, el aliento y todo lo demás. Él es quien da vigor a la semilla y multiplica nuestra siembra. Él es quien nos da el pan de cada día y la salud para saborearlo. Él es quien da a los alimentos su sabor y el gusto para que podamos disfrutarlos. Él es quien preserva nuestras vidas y nos libra del mal. Dios es nuestro creador, proveedor, protector, redentor y consolador.
El apóstol Pablo nos pregunta con elocuencia: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Nuestra vida no está a la intemperie, al albur de las circunstancias. Está en manos de Aquel que está sentado en el centro de mando del universo. Las mismas manos que gobiernan el mundo controlan nuestra vida.
El cuidado de Dios no significa, por supuesto, la ausencia de luchas y pruebas. Dios nunca nos ha prometido la ausencia de aflicción. Nos ha prometido una presencia consoladora en el valle del dolor, una compañía segura en los hornos del fuego de la dificultad y una victoria resonante en las batallas encarnizadas que la vida pueda ponernos al frente, pero de las que saldremos airosos, siempre con el sustento de la mano poderosa, y perfecta, de nuestro Padre Celestial.
Señor Dios, te doy gracias por tu constante providencia en mi vida. Ayúdame a confiar en tus cuidados en medio de las luchas y las pruebas que me enfrento, en mi día a día. Que sienta tu presencia sanadora y experimente la victoria verdadera, que sólo procede de Ti. En el nombre de Jesús, amén.
