No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1 Corintios 10:13
Todos luchamos contra la tentación. De hecho, incluso Jesús fue tentado, pero resistió y nunca pecó. De esto se deduce claramente que experimentar la tentación no es en sí mismo una transgresión. Sin embargo, si dejamos que la tentación arraigue en nuestros pensamientos, nos dirigimos hacia el pecado. Evidentemente, actuar ante un deseo erróneo es pecaminoso, pero las Escrituras nos dicen que complacer el mal deseo también lo es (Colosenses 3 5).
Entonces, ¿de dónde procede el impulso a pecar? El origen es triple: La tentación procede de nuestros propios deseos (Santiago 1 14), del diablo (Mateo 4 1) y del sistema mundial organizado bajo la autoridad de Satanás (1 Juan 5 19). Hasta que Cristo vuelva, la humanidad vivirá en su actual condición caída, y seremos tentados por los afanes autocomplacientes y las estratagemas de Satanás para apartarnos del Señor.
Las circunstancias tentadoras con las que nos encontramos no son exclusivas de nosotros; otros se han enfrentado a situaciones similares. Aunque Dios no promete rescatarnos de todas las tentaciones, las limita y nos proporciona una vía de escape para que podamos soportarlas sin ceder al pecado.
Siempre que algo te tiente, acércate en sumisión a Dios y resiste al diablo (St 4,7-8). Después, pide al Señor la gracia y la fuerza para mantenerte firme ante el pecado.
Amado Dios, reconozco mi vulnerabilidad ante las tentaciones que se presentan en mi vida. Te pido que me fortalezcas y me des discernimiento para resistir y superar cada prueba. Ayúdame a mantener mis ojos y mi corazón fijos en ti, para que tus caminos sean mi guía y mi deleite. Permíteme experimentar tu poder y victoria sobre las tentaciones que enfrento. En tu nombre, renuncio a todo mal y me aferro a tu gracia. Amén.
