Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti. Salmo 42:6
Dios conoce cada rincón de tu corazón. Nada de lo que piensas, sientes o temes le es ajeno. Sin embargo, Él te invita a abrirle el alma, a hablarle con sinceridad sobre lo que te duele, te confunde o te abruma. ¿Por qué? Porque en la transparencia nace la intimidad, y en la intimidad brota la sanidad.
Muchas veces guardamos silencio. Nos tragamos el miedo, escondemos el dolor, minimizamos la tristeza o incluso intentamos fingir alegría. Pero ese silencio interior no nos protege, nos consume. Nos roba la paz y nos aleja de Aquel que puede restaurarnos por completo.
Los Salmos son una escuela de honestidad emocional. Allí encontramos hombres que no temían llorar delante de Dios, que se atrevían a preguntarle “¿Por qué, Señor?”, que confesaban sentirse abandonados, rotos o sin fuerzas. Y Dios no los rechazó. Al contrario, les respondió con amor, guía y consuelo.
Si tú también te sientes así hoy —abatido, desbordado, con emociones que no sabes cómo manejar—, recuerda que no estás solo. Dios está contigo, y te espera con los brazos abiertos. No necesitas impresionar a tu Padre. Solo necesitas ser real con Él.
Entrégale tus pensamientos más profundos. Deja que el Espíritu Santo te muestre esas áreas ocultas que necesitan ser sanadas. Dios no se escandaliza de tu dolor; al contrario, quiere habitar en él para transformarlo con Su gracia y llevarte paso a paso hacia la plenitud.
Señor, Tú me conoces mejor que nadie. Sabes cuándo estoy triste, cuándo me cuesta confiar, cuándo siento que no puedo más. Gracias por invitarme a ser honesto contigo. Hoy me presento sin máscaras, con todo lo que hay en mi interior. Te entrego mis temores, mis frustraciones y mis heridas. Espíritu Santo, muéstrame si hay algo que he callado delante de Ti, y dame el valor para hablarlo contigo. Sé que Tu gracia me alcanzará y que me sanarás en lo profundo. En el nombre de Jesús, Amén.
