Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; Mas ahora guardo tu palabra. Bueno eres tú, y bienhechor; Enséñame tus estatutos. Salmos 119:67-68
Cuando experimentamos adversidades, tendemos a preguntarnos: ¿Por qué me pasa esto a mí? Aunque la respuesta pueda seguir siendo un misterio, las Escrituras nos dan una base desde la que contemplar las dificultades. La Palabra de Dios nos dice que vivimos en un mundo caído, lleno de gente pecadora, que incluso los redimidos no están exentos de problemas y que Satanás tiene una gran influencia en él.
Pero, como creyentes, sabemos que Dios utiliza nuestros problemas para cumplir Sus buenos propósitos. Aunque a veces son medios del Señor para corregirnos cuando nos desviamos, las pruebas también nos enseñan a depender de Él más que de nosotros mismos y a confiar en que Él suplirá nuestras necesidades. A los israelitas que vagaban por el desierto les debió parecer una gran prueba alimentarse únicamente de maná. Sin embargo, ése fue el medio que utilizó Dios para humillarlos y enseñarles que sólo Él era su Proveedor (Deuteronomio 8:3).
Comprendiendo estas cosas sobre Dios, puedes empezar a reconocer la adversidad como un recordatorio de Su gran amor. Y no sólo eso, sino que las dificultades son también una forma de conocerle más íntimamente; es decir, nunca experimentarás a Dios como Consolador si nunca necesitas consuelo. Así que, sea cual sea el motivo de tu prueba, date cuenta de que Él lo ha permitido por tu bien (Romanos 8:28).
Dios mío, en medio de las adversidades, entiendo que cada dificultad es una manifestación de tu inmenso amor. Reconozco que estas pruebas son oportunidades para conocerte más profundamente. A través de ellas, experimento tu consuelo y presencia reconfortante. Confío en que todo lo que permites en mi vida, según Tu Palabra, es para mi bien. Ayúdame a abrazar cada desafío como una bendición, sabiendo que estás obrando en mí, siempre para mi bien. En El Nombre de Jesús, Amén.