Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió. Juan 11:33
María y Marta habían pedido a Jesús que viniera pronto para sanar a Lázaro, pero el Señor demoró su llegada. Cuando finalmente llegó, Lázaro ya llevaba días en el sepulcro. El dolor era profundo, y la pregunta inevitable surgía: «¿Por qué no vino antes? ¿Cómo pudo quedarse lejos sabiendo lo que estábamos sufriendo?».
Quizá esas mismas preguntas han brotado de tu corazón cuando has clamado a Dios. Jesús conoce exactamente lo que está sucediendo en tu vida. Hay momentos en los que Sus propósitos son tan importantes que permiten la interrupción de nuestra tranquilidad para cumplir algo mayor, aunque no lo entendamos de inmediato.
Pero hay una verdad que nunca cambia: Jesús no es ajeno al dolor. No observa el sufrimiento desde la distancia. Él se conmovió. Él lloró. Aun sabiendo que resucitaría a Lázaro, compartió el dolor de quienes amaba. Así también hoy, el Señor ve tus lágrimas y permanece cerca de ti. Si continúas confiando en Él, comprenderás que Su amor se manifiesta incluso a través de aquello que permite.
Señor Jesús, gracias porque conoces mi dolor y no eres indiferente a mis lágrimas. Aun cuando no entiendo tus tiempos ni tus caminos, ayúdame a confiar en tu amor y en tus propósitos. Sostén mi corazón en medio del sufrimiento y permíteme experimentar tu cercanía y tu consuelo. En El Nombre de Jesús, Amén.