Para recibir el consejo de prudencia, Justicia, y juicio y equidad. (Proverbios 1:3)
El positivismo del famoso filosofo Auguste Comte dice que el problema básico del ser humano es la ignorancia. Sin embargo, el ser humano no sólo necesita información, sino sobre todo transformación. El ser humano que se ha cultivado en amplios conocimientos técnicos o empíricos que deje fuera de la ecuación la humana virtud de la generosidad, puede llegar a convertirse, al menos, en un ser sin piedad, ni preocupación por los otros.
En el siglo XX, desde la cima del conocimiento más refinado que han visto los ojos del hombre, la humanidad provocó dos sangrientas guerras mundiales. Más de 100 millones de personas fueron cruelmente masacradas. En dirección opuesta a este conocimiento divorciado de bondad, Salomón habla de la enseñanza de la buena conducta que, en la práctica, no genera más que la justicia, el ejercicio del juicio y la manifestación de la equidad, que en último término desemboca en la comunión fraternal de los individuos, fórmula pues que nuestro Señor Jesucristo pronunció hace más de 2000 años.
Donde reina la injusticia en las relaciones y la opresión en los tribunales, allí fracasa el buen proceder. Donde se tuerce el juicio, donde se oculta la verdad y se trata al culpable como inocente, entonces el buen procedimiento se cubre la cara de vergüenza. Donde no hay equidad y el fuerte triunfa sobre el débil, donde el rico prevalece sobre el pobre y el deshonesto atesora los tesoros de la impiedad, se abren amplias avenidas para todo tipo de corrupción y violencia.
No sólo necesitamos conocimientos, sino enseñanza, una enseñanza que conduzca al buen comportamiento. No basta con la información, necesitamos la transformación. No basta con tener luz, técnica o habilidaden nuestra mente, necesitamos tener amor en el corazón. El conocimiento sin un buen procedimiento genera orgullo opresivo y no acción misericordiosa.