Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. 2 Corintios 11:30-31
Pablo dedicó años a servir a Cristo y, sin embargo, se enfrentó a constantes dificultades. Parece injusto, ¿verdad? ¿Por qué permitió Dios que soportara tanto sufrimiento? Ésta es una pregunta que muchos de nosotros nos hacemos sobre nuestras propias vidas. Esperamos que Dios nos proteja de las dificultades, pero no siempre es así.
Quizá nuestra forma de pensar sea errónea. Suponemos que los cristianos fieles no deberían sufrir, pero desde el punto de vista de Dios, el sufrimiento forma parte de la experiencia cristiana. Sin las pruebas y tribulaciones, nunca comprenderíamos plenamente ni necesitaríamos a Dios. La adversidad, nos guste o no, nos enseña lecciones que la mera lectura de las Escrituras no puede enseñarnos.
Esto no quiere decir que conocer la Biblia no sea crucial; es la piedra angular de nuestra fe. Sin embargo, la fe no probada no es más que conocimiento teórico. ¿Cómo podemos estar seguros de la fiabilidad del Señor en tiempos difíciles si nunca nos hemos enfrentado a desafíos? Dios nos presenta oportunidades de poner en práctica los principios bíblicos en medio de nuestras luchas, y a través de ello descubrimos Su fiabilidad.
Enfrentarnos a pruebas puede fortificar nuestra fe o llevarnos por un camino de desesperación y autocompasión: la elección es nuestra. Sin embargo, al aplicar las enseñanzas de la Biblia a nuestras circunstancias, nuestra confianza en Dios y nuestra fe se fortalecen ante la adversidad.
Señor, gracias por que en medio de la prueba, me sostienes y me muestras lo que requiere mi fe, para ser más grande y servirte de la forma fiel y perfecta en la que Tu lo mereces. En El Nombre de Jesús, Amén.