Fieles son las heridas del que ama; Pero importunos los besos del que aborrece. (Proverbios 27:6)
Cuando un amigo se enfrenta a nosotros por algo de nuestra vida o no nos apoya en nuestros objetivos, puede ser devastador. Puede que nos sintamos sorprendidos y solos. Puede que empecemos inmediatamente a enumerar sus defectos y a reproducir sus palabras en nuestra mente para refutarlas. Lo que más nos puede doler es lo mucho que confiábamos en ellos, lo que hemos hecho por ellos y lo que hemos creído en ellos. ¿Por qué iban a herirnos así intencionadamente?
Sin embargo, en esos momentos, es necesario que respires hondo y te apartes de la situación. ¿Tu amigo está realmente intentando herirte, o te está alertando sobre un punto ciego de tu vida? Esa persona te conoce bien y ve los errores que cometes de una forma que tú no puedes ver. Sobre todo si tu amigo es una persona especialmente piadosa y digna de confianza, es posible que en realidad esté hablando por tu bien, aunque no lo parezca (Salmo 141:5).
Es cierto que la forma en que tu amigo se enfrentó a ti puede no haber sido la óptima. Aun así, perdónale, da gracias a Dios por tu amigo y pídele que te dé la perspectiva adecuada sobre el encuentro. Pregunta al Señor si había algo de verdad en lo que esa persona te ha hablado. Si el Padre identifica algo que debe cambiar en tu vida, obedece como Él te guíe para proceder. Del mismo modo, si respondiste mal a tu amigo, pídele perdón y solicita su ayuda para superar tus defectos. Pero la cuestión es que no abandones a una persona que te tiene por ti el afecto suficiente como para decirte la verdad. Puede que descubras que esa persona es en realidad el amigo más verdadero que tienes junto a Jesús.
Padre, no permitas que sea duro de corazón. Quiero honrarte, así que ayúdame a ver cuándo me hablas a través de mis amigos. En El Nombre de Jesus, Amén.