Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas! Marcos 11:9-10
Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén la semana previa a Su crucifixión, la multitud clamaba: «¡Hosanna!», una súplica que significaba “sálvanos ahora”. El pueblo esperaba liberación política y militar del dominio romano. Sin embargo, Jesús no llegó como un guerrero montado en un caballo de guerra, sino como el Siervo sufriente. Su misión no era derrotar a Roma, sino enfrentar un enemigo mucho más peligroso: el pecado, que separa eternamente al ser humano del Padre.
Con frecuencia cometemos el mismo error. Clamamos a Dios para que nos libre del dolor inmediato, de problemas visibles o de incomodidades temporales, sin darnos cuenta de que Él está obrando contra amenazas mucho más profundas y destructivas. En Su sabiduría, el Padre dirige Su ofensiva hacia aquello que realmente pone en peligro nuestra alma.
Cuando no entiendas por qué Dios no actúa como esperas, recuerda que Él ve el panorama completo. No ignora tus luchas ni minimiza tu dolor, pero sabe cuáles batallas deben ganarse primero. Confía en que el Señor pelea por tu bien eterno y te guía hacia una victoria más profunda de la que imaginas.
Señor, ayúdame a confiar en tu sabiduría cuando no comprendo tus caminos. Abre mis ojos para ver más allá de mis problemas inmediatos y descansar en que tú enfrentas los enemigos que realmente amenazan mi vida. Enséñame a confiar en tus decisiones y a seguirte con fe. En El Nombre de Jesús, Amén.
