Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Salmos 19:13
Por lo general, las personas no buscan liberarse de su esclavitud hasta que se sienten verdaderamente atrapados en ella. Esto se debe a que tienden a considerar que los placeres o la sensación de poder que reciben del pecado alivian su desesperación en lugar de causarla. Por esta razón, nuestros comportamientos pecaminosos-ya sean físicos, financieros, relacionales o espirituales-pueden dominarnos por muchos años. No es hasta que nos damos cuenta de hasta qué punto nos controlan y nos hieren que pedimos a gritos que nos liberen. Afortunadamente, nunca es demasiado tarde para ser liberado.
Reconocer nuestra impotencia es el primer paso en el camino hacia la libertad. Lamentablemente, demasiados de nosotros no recibimos plenamente la libertad que Cristo compró para nosotros porque nos aferramos a la sensación de control. Queremos hacer las cosas a nuestra manera. De esa forma, sólo nos hacemos más incapaces de vencer nuestros miedos, sanar nuestras relaciones o superar los obstáculos que se nos presentan.
Tal vez veas la impotencia como debilidad, como un reconocimiento de que eres incapaz de resolver tus problemas. Pero a los ojos de Dios, tus sentimientos de impotencia son los dolores de parto de un milagro. Así que suelta el control, pon aquello que no has podido resolver en las manos del Señor, y deja que Él te muestre cómo encontrar alivio de todo lo que te aprisiona.
Señor, reconozco mi impotencia y mi necesidad de Tu guía. Ayúdame a soltar el control y a confiar en Tu poder para liberarme de todo lo que me ata. Sé que en mi debilidad, Tú eres fuerte. Enséñame a confiar plenamente en Ti y a experimentar la libertad que me ofreces. Gracias por el milagro de la salvación y por liberarme de todo lo que me aprisiona. En El Nombre de Jesús, Amén.