Alma mía, en Dios solamente reposa, Porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré. En Dios está mi salvación y mi gloria; En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio. (Salmos 62:5-7)
Cuando esperas en el Señor una respuesta o una oportunidad, puede parecer que la vida misma se detiene. Como David, puedes sentir la tentación de clamar: “¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?” (Salmo 13:1). Sin embargo, así como Dios nunca abandonó a David, tampoco te abandona a ti. Las temporadas de espera son a menudo los momentos en los que el Señor moldea tu carácter y fortalece tu fe.
Esperar en Dios no es pasivo. Requiere coraje, fuerza y obediencia activa. Cada día es una oportunidad para alinearte con Su voluntad, ser fiel en oración y resistir la tentación de apresurarte a buscar soluciones propias. La impaciencia solo retrasa el plan perfecto de Dios. Confía en que Su tiempo es siempre exacto y que Su obra va mucho más allá de lo que puedes ver o imaginar.
Padre, ayúdame a esperarte con fe y paciencia. Que no tema de nada de lo que pueda llegar a mi camino, sabiendo que si voy de Tu mano, ninguna fuerza maligna puede derrumbarme, pues te tengo a mi lado para sostenerme y retomar siempre los pasos correctos. Por ello, protege mi corazón de la impaciencia y evita que busque soluciones apresuradas. Enséñame a confiar en Tu tiempo y a descansar en Tu obra mientras espero. Que mi esperanza siempre provenga de Ti. En El Nombre de Jesús, Amén.