Si perdonas a otros por sus transgresiones, tu Padre celestial también te perdonará a ti. Mateo 6:14
Con cada herida o agravio, en algún momento enfrentas dos opciones: perdonar completamente al que te ha ofendido o aferrarte al resentimiento, pensando que aún le debes algo por el dolor que te causó. A corto plazo, mantenerlo en tu mente como “el responsable” puede parecer justificable, especialmente si esa persona sigue en tu vida y no muestra remordimiento.
Sin embargo, en lo más profundo de tu ser, sabes que guardar rencor solo te hace daño a ti. El tiempo no cura las heridas; muchas veces las empeora. El no perdonar es como un veneno que afecta todas las áreas de tu vida: emocional, espiritual, relacional e incluso física. Si no lo tratas, la amargura puede invadir tu corazón, robándote la paz, la alegría y la libertad.
La única cura es el perdón. La verdadera sanación comienza cuando eliges soltar el rencor. No se trata de minimizar lo que se hizo mal ni de ignorar la justicia, sino de liberarte de la cárcel del resentimiento. Puede que pienses que perdonar es dejar al ofensor sin castigo, pero recuerda: la amargura no le duele a él, sino a ti. Confía en que Dios ve, conoce y actuará en Su tiempo perfecto.
Entonces, pide al Señor la gracia de perdonar. A medida que obedeces, Él sanará tu corazón.
Padre, te entrego el dolor y la amargura que he llevado conmigo por tanto tiempo. Ayúdame a perdonar como Tú me has perdonado. Coloco en Tus manos a los que me han lastimado. Sana mi corazón, libera mi alma y restaura mi paz. Confío en que Tú actuarás con justicia y en Tu perfecta manera. Gracias por la sanación que solo el perdón puede traer. En el nombre de Jesús, Amén.