Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. Hechos 3:19
Cuando Dios pone su dedo sobre un área de tu vida —ya sea un pecado, una actitud, una relación o un hábito que no le agrada—, no te dará paz hasta que lo enfrentes con sinceridad. Puedes intentar distraerte con actividades espirituales, con buenas obras o incluso con servicio en la iglesia, pero si no obedeces Su llamado al arrepentimiento, nada de eso traerá el descanso que tanto necesitas.
El Señor no negocia con el pecado. Su prioridad es tu santidad, no tu comodidad. Por eso, si el Espíritu Santo te ha estado hablando sobre algo que necesitas entregar, no lo ignores ni intentes justificarlo. Él no lo hace por condenarte, sino porque desea restaurarte, limpiarte y renovarte desde lo más profundo.
Haz una pausa hoy y examina tu corazón. ¿Hay algo que el Señor te ha señalado y que aún no has entregado? ¿Alguna zona en sombras que Él quiere iluminar? No pongas excusas. No intentes cambiarlo por más esfuerzo religioso. Lo que Dios espera de ti es simple: arrepentimiento y conversión real.
Cuando te humillas, confiesas y obedeces, el perdón llega como un río de gracia. Entonces, sí, experimentarás los verdaderos tiempos de refrigerio que solo la presencia del Señor puede dar.
Señor, me acerco a Ti con humildad, reconociendo que hay áreas de mi vida que necesitan ser sanadas y transformadas por Tu luz. Hoy confieso mis pecados y me aparto de ellos. Dame la fuerza para obedecerte sin reservas. Gracias por tu gracia, por tu paciencia y por el regalo del perdón. Lléname con tu presencia y renueva mi alma. En el nombre de Jesús, Amén.