Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (Efesios 6:12)
Cuando comenzamos a ver nuestras circunstancias como Dios las ve, comprendemos que todo en nuestra vida —lo físico, lo emocional, lo relacional— está influido por una realidad espiritual mucho más profunda. Nuestra lucha diaria no se limita a lo visible: está arraigada en una dimensión espiritual donde se libra una batalla real por nuestras almas, nuestra fe y nuestra obediencia.
El problema es que muchas veces, al enfrentar la adversidad, sólo vemos el dolor aparente. Nos enfocamos en la pérdida, el conflicto o la frustración, sin preguntarnos qué está haciendo Dios detrás de todo eso. Pero cuando el corazón se quebranta, es una oportunidad sagrada para detenernos y preguntarnos:
¿Qué está tratando de enseñarme el Señor? ¿Cómo quiere renovar mi fe? ¿Qué parte de mí necesita ser purificada, fortalecida o rendida completamente a Él?
Estas preguntas nos llevan a un lugar de dependencia y renovación. Dios permite temporadas de lucha no para destruirnos, sino para moldearnos conforme a la imagen de Cristo. Y mientras más conscientes somos de esta guerra espiritual, más intencionales podemos ser en acudir a Su poder y armarnos con Su verdad.
No estás solo en la batalla. El Señor está contigo, fortaleciendo tus manos, renovando tu mente y guiándote hacia una vida de mayor plenitud espiritual.
Señor, gracias por revelarme que mi lucha no es contra lo que veo, sino contra fuerzas espirituales que sólo Tú puedes vencer. Ayúdame a no mirar sólo lo externo, sino a entender lo que estás haciendo dentro de mí. Fortalece mi fe, purifica mi corazón y hazme más semejante a Cristo. Que cada dificultad me acerque más a Ti y me haga depender más de Tu poder. Revísteme con Tu armadura y hazme firme en medio de la batalla. En el nombre de Jesús, Amén.
