Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. (1 Pedro 2:12)
Nunca olvidaré una frase sencilla pero profunda que escuché de un joven que se preparaba para un viaje misionero. Mientras oraba, dijo: «Señor, oro para que quienes me encuentren durante mi estadía, también te encuentren a Ti.» Esas palabras me estremecieron. Él no solo quería hablar de Jesús, quería ser una expresión viva de Su presencia.
Esa debería ser la meta de cada creyente: que nuestras palabras y acciones sean un reflejo visible del amor y la gracia de Cristo. Imagina cómo cambiarían nuestros días si, cada mañana, oráramos: «Señor, permíteme que los que me vean hoy, te vean a Ti.» Las relaciones cambiarían. Los lugares de trabajo serían diferentes. Incluso nuestros enemigos verían algo que no pueden explicar, pero que no podrían ignorar: a Cristo en nosotros.
Tu vida puede ser la respuesta a la oración de alguien que busca esperanza. No ocultes a Jesús. Deja que Él se muestre a través de tu vida. Al vivir con integridad, humildad y amor, otros glorificarán a Dios al ver tus buenas obras… y encontrarán a Aquel que puede transformarles para siempre.
Señor, gracias por el privilegio de ser un reflejo de Tu amor en este mundo. Que cada palabra y acción mía sea un canal para que otros te conozcan. Que mi manera de vivir te honre y muestre tu verdad a quienes me rodean. Hazme sensible a Tu voz y dispuesto a obedecer, para que por medio de mí, muchos lleguen a glorificar Tu nombre. En el nombre de Jesús, Amén.