Escucha:
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)
Piensa:
Una lección importante que he aprendido de la vida, es que lo único permanente es el cambio. No sólo es una verdad que se demuestra en el aspecto físico, al crecer y en envejecer, sino en la forma como nos relacionamos con los demás y como enfrentamos cada uno de los obstáculos que se nos presentan.
Maduramos en momentos de angustia, al superar pruebas. Cultivamos humildad al celebrar nuestras victorias reconociendo que fueron posibles a través de Dios y somos agradecidos al ser conscientes y valorar todas las bendiciones que el Señor nos brinda cada día.
Sin embargo en este constante cambio, las escrituras nos ofrecen la maravillosa promesa de que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Esa promesa de esperanza en saber que el carácter del Señor permanece inalterable en el tiempo: su bondad, amor, compasión y paz.
Por ello cuando te encuentres sobrellevando esas cargas, cuyos pesos, pueden detener nuestro camino, descansemos en Dios ese difícil yugo, sabiendo que lo único constante es su cuidado, protección y misericordia por todos aquellos que con fidelidad lo buscan y lo siguen.
Ora:
Señor, Agradezco Tu presencia constante en mi vida, Tu amor, bondad, paz, misericordia y cuidado, que me alimentan y que son lo único permanente en cada día de mi vida. Amén.