No tenga tu corazón envidia de los pecadores, Antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo. Proverbios 23:17
El rechazo puede causar algunas de las ataduras más dolorosas que experimentamos, debido a cómo influye en lo que creemos sobre nosotros mismos. Esto es lo que ocurre Cuando una persona o un grupo de personas -que pueden haber intentado hacernos daño o controlarnos- nos ha considerado no queridos, no aptos o inútiles, y y aceptamos inconscientemente que los demás deben tener la misma creencia. Puede que pensemos que no nos molesta o que ni siquiera recordemos que nos rechazaron. Pero, instintivamente, nos volvemos más autocríticos y empezamos a buscar formas de que los demás refuercen los pensamientos negativos que tenemos sobre nosotros mismos, a veces incluso provocando que nos rechacen actuando.
Esto se debe a que el rechazo ataca los cimientos de nuestra identidad, distorsionando lo que creemos que es verdad sobre quiénes somos y lo que valemos. ¿Por qué? Por la naturaleza pecaminosa que llevamos dentro. Recuerda: “El pecado se enseñoreó de todos los hombres y los llevó a la muerte” (Romanos 5:21). El objetivo del pecado es la devastación, así que es comprensible que los mensajes injuriosos que oímos encuentren tierra fértil en nuestro corazón y echen raíces. Por eso es mucho más fácil creer las cosas hirientes que se dicen de nosotros que los comentarios que nos animan o edifican.
Y lo cierto es que si no reconocemos la presencia del rechazo en nuestras vidas y nos enfrentamos a él, seguirá causándonos dolor y corrompiendo todas nuestras relaciones. Por tanto, debemos desarraigar todo mensaje falso de no ser amados, no deseados e indignos que hayamos interiorizado y sustituirlo por la verdad de las Escrituras, donde encontramos el amor y el favor eternos e incondicionales de Dios para todos los que creen en Él.
Que las trampas del enemigo para plagar Tu corazón, sobre dudas de Ti mismo, sean disipadas por la gracia y el amor del Señor. Sus brazos estarán continua e incondicionalmente abiertos, para recibirte, consolarte y devolverte al camino de la victoria.
Asi sea.
Señor, enséñame a confiar plenamente en Tu grandeza, especialmente en tiempos difíciles, donde las pruebas de la vida, agoten mi energía y me suman en la desesperanza o la tristeza. Que escuche Tu voz por encima de todo, encontrando paz y alegría en Tu presencia, y descansando seguro en Tu inmensa fidelidad. En El Nombre de Jesús, Amén.