Aguas profundas son las palabras de la boca del hombre; Y arroyo que rebosa, la fuente de la sabiduría. Proverbios 18:4
El proverbio de hoy nos dice que las palabras que pronunciamos salen de lo más profundo de nuestro ser. Y es cierto. Jesús lo ratificó cuando dijo: “La boca habla por lo que llena el corazón” (Mateo 12:43).
Sin embargo, Proverbios 23:7 nos dice que esto no sólo revela lo que hay en nosotros, sino que también nos da forma: Como una persona “piensa en sí misma, así es”. En otras palabras, si nos decimos continuamente: “No valgo nada. Soy inadecuada. Nadie me respeta. Nadie podría amarme jamás”, no es de extrañar que nuestras emociones se encuentren en un desorden devastador. Esto afecta a todo lo que nos rodea: nuestra salud, nuestras relaciones e incluso el aspecto de nuestro semblante ante los demás.
Por eso el apóstol Pablo nos dice: “No os conforméis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente” (Romanos 12:2). Comprendió que nuestros sentimientos y nuestro comportamiento sólo podrían cambiar cuando la obra transformadora del Espíritu Santo hubiera comenzado en nuestros pensamientos. Por eso es tan sumamente importante pasar tiempo en la Palabra de Dios y en Su poderosa presencia. Necesitamos asirnos a lo que el Señor -el Creador ilimitado del cielo y de la tierra, nuestro sabio Hacedor, fiel Salvador, Defensor omnipotente, Padre amoroso y Rey soberano- tiene que decir sobre nosotros, en lugar de creer las mentiras que nos ha contado la humanidad imperfecta y caída.
Así que hoy, escucha lo que dices y considera si coincide con lo que Dios ha revelado sobre ti. Desarraiga las falsedades que se han quedado atascadas en tus patrones de pensamiento y sustitúyelas por Su verdad. Porque “si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). ¿Y no es eso lo que realmente anhelas, después de todo?
Señor, escudriña mis palabras, mi corazón y mis pensamientos. Revela las mentiras y sustitúyelas por Tu Palabra para que mi vida pueda glorificarte en todo momento y en todas mis actitudes y acciones. En El Nombre de Jesús, Amén.