Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Exodo 3:2
Moisés era un anciano de ochenta años. Durante cuarenta años -la primavera de su vida- había gozado del favor de la Corte. Hijo del palacio, aunque nacido en una choza de esclavos. Según Esteban, célebre en obras y palabras, elocuente en el habla, erudito en la cultura más elevada de su época, acostumbrado a dirigir ejércitos victoriosos en el campo de batalla, o a ayudar a levantar pirámides o ciudades-tesoro en paz-todo lo que el mundo antiguo podía ofrecer estaba a sus pies (Hechos 7:22; Hebreos 11:24-27). Pero a esto habían seguido otros cuarenta años de exilio, pobreza y angustia. En lugar de las riquezas de Egipto, se dedicaba a cuidar las ovejas de otro y los años pasaban lentamente en la oscuridad. Era un hombre decepcionado y perplejo. Según sus propias palabras, cuando la vida de un hombre alcanza los cuatrocientos años, es trabajo y tristeza, y agradece que le corten la red (Salmos 90:10).
Una tarde, de repente, un espino común pareció envuelto en llamas. La llamarada era pura y clara, y mientras observaba: “He aquí que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”. No es de extrañar que se levantara del refugio que le protegía del sol y se acercara para “ver este gran espectáculo”. Entonces se oyó aquella Voz interior, familiar a todos los corazones puros y humildes, que le hizo comprender que el fuego no era una llama ordinaria, sino la prenda y el signo de la Presencia de Dios.
No debemos suponer que había más de Dios en aquel arbusto común que en el paisaje circundante. Era simplemente el foco de Su Presencia, que siempre había estado allí, como está siempre en todas partes. Dios está tan cerca de cada lector de estas palabras como lo estuvo de Moisés en aquel momento. Tómatelo a pecho, alma desamparada, abatida e indefensa. ¡Ten ánimo! ¡Dios viene a ti, aunque humillado y abrasado, y al final de ti mismo! Te envuelve, te compenetra y se concentra en tu necesidad, diciendo: “YO SOY”, dejándote que rellenes Su cheque en blanco y reclames lo que más necesitas. Porque los montes se apartarán y las colinas serán removidas, pero Su bondad no se apartará de ti”. no se apartará de ti”.
Señor, tenemos una gran necesidad de Ti y nos hemos sentido decepcionados muchas veces en las cosas que pensábamos que nos producirían provecho y satisfacción. Cuando estamos más absortos en nuestros asuntos, que en Tu voluntad, haz que se nos manifieste Tu Presencia. Que nos demos cuenta de que no estamos vagando sin rumbo por el desierto, porque Tú nos guías. En El Nombre de Jesús, Amén.