Si anduviere yo en medio de la angustia, tú me vivificarás; Contra la ira de mis enemigos extenderás tu mano, Y me salvará tu diestra. (Salmos 138:7)
Era una fría noche de invierno cuando alguien arrojó una gran piedra contra la ventana de la habitación de un niño judío. Esa ventana mostraba una Estrella de David y la Menorah para celebrar Janucá, la Fiesta Judía de las Luces. Miles de personas, muchas de ellas cristianas, respondieron a este acto de odio mostrando compasión. Decidieron identificarse con el dolor y el miedo de sus vecinos judíos y pegaron imágenes de la Menorah en sus propias ventanas.
Como seguidores de Jesús, también nosotros somos objeto de una gran compasión. Nuestro Salvador se humilló para vivir entre nosotros (Juan 1:14), identificándose con nosotros. Por nosotros, “aunque era Dios […] tomó la condición de esclavo” (Filipenses 2:6,7). Sintiendo lo que sentimos y llorando lo que lloramos, murió en una cruz sacrificando Su vida para salvar la nuestra.
Nada por lo que luchemos escapa a la preocupación de nuestro Salvador. Si alguien nos “tira piedras”, Él nos consuela. Si la vida nos trae decepciones, Él camina con nosotros en medio de la desesperación. “Incluso en las alturas, el Señor cuida de los humildes, pero se mantiene alejado de los soberbios” (Salmo 138:6). En nuestros problemas, Él nos preserva, extendiendo Su mano contra la “ira de [nuestros] enemigos” (v. 7) y llegando hasta nuestros temores más profundos.
Gracias, Padre, por tu amor compasivo que nunca se agota. En medio de las dificultades, me sostienes y me consuelas. Eres mi refugio seguro y mi defensor contra cualquier mal. Tu presencia llena mi corazón de paz y fortaleza. Ayúdame a seguir el ejemplo de Jesús, mostrando compasión y amor hacia los demás. Que pueda reflejar tu luz y amor en el mundo, compartiendo tu compasión con aquellos que más lo necesitan. En El Nombre de Jesús, Amén.
