Devocional:
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3)
La realidad:
Se corrió la voz de que había un nuevo rabino cautivando audiencias en la región. Había estado predicando, enseñando y curando, y cada día atraía a más gente. Al parecer, éste era su primer discurso de envergadura, a pesar de haber iniciado sus enseñanzas en las sinagogas. Y en medio de esa situación se formaba la expectativa: ¿Qué iba a decir? ¿Qué agenda propondría? ¿Les deslumbraría? ¿Reprendería y despotricaría?
Sus primeras palabras fueron las del versículo de hoy. La palabra traducida como “pobre” significa indigente y describe a aquellos que no pueden materialmente mantenerse por sí mismos, a los que dependen totalmente de la provisión que les llega de otros para satisfacer sus necesidades. Básicamente es la descripción exacta de un mendigo. Jesús podría haber utilizado una palabra menos cruda, que se refiriera a los trabajadores pobres, a los que apenas podían sobrevivir y se las arreglaban día a día. En cambio, utilizó una palabra que significaba literalmente empobrecido.
Jesús quería expresar que el Reino pertenecía a quienes reconocían que, más importante que la realidad material, era la realidad espiritual de reconocerse incapaces de proveerse a sí mismos lo que su alma necesitaba. No traían consigo nada que les diera entrada en el Reino. No podían hacer nada que les diera tal estatura. Sólo podían poseer el Reino recibiendo todo de la mano de otro.
Nuestra debilidad es nuestra mayor fortaleza en el Reino. Es en nuestra debilidad donde El Señor nos tiende su mano y sale a nuestro encuentro desplegando su poder y su amor con mayor claridad. Sólo cuando nos enfrentamos a nuestra propia impotencia, incapacidad e imperfección podemos experimentar el poder de Cristo operando en nosotros y en nuestras vidas. Él promete su poder en nuestra debilidad.
Deja que tu impotencia y tu debilidad sean la ofrenda que a Él entregues. Él no espera que seas fuerte. Está esperando que reconozcas que eres débil, y que quieres refugiarte en Su cuidado.
Declarando la promesa:
Soy débil e imperfecto en mi propia naturaleza, pero esa debilidad e imperfección es el reconocimiento que me acerca a mi Señor, que espera recibirme entre sus brazos, cuidarme y guiarme. Hoy me entrego a ese amor y caminaré sabiendo que en la debilidad con Él, soy fuerte.
Oración
Señor, admito libremente que, aparte de ti, estoy vacío y soy débil. Deja que mi vacío sea la condición que te dé espacio para llenarme de ti mismo. En El Nombre de Jesús, Amén.