Fallar puede tener uno de dos efectos diferentes en nuestra vida. Podemos desesperarnos y bajar la guardia o podemos permanecer determinados hasta que pase la tormenta y regrese la calma. Y esta es una parte importante del caminar con Dios en la fe; asegurarnos de que no permitiremos que un fracaso nos derrote. Sólo porque una puerta se ha cerrado, no significa, que ella permanecerá de esa forma para siempre y que no se abrirá en el futuro. El Señor está en búsqueda de aquellos preparados para sortear cada obstáculo y continuar en batalla.
Así está escrito en 1 Juan 5:4: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” La fe actúa de dos formas: la primera activándola como mencionamos en el pasaje anterior y la segunda asumiendo la determinación como camino para no rendirnos en el primer surgimiento de un problema.
Esta determinación, sin embargo, se relaciona con el hecho de hacer lo correcto y nada que ver con un sentimiento de grandeza de pasar por encima de los demás y acometer cualquier acción solo para satisfacer nuestros objetivos. Es hacer y comprometernos con los cambios a los que nos llama el Señor, sirviendo tanto a Él como a nuestros hermanos. De esta manera podemos seguir el destino que Dios tiene guardado para nosotros, pero no de manera automática, sino de forma gradual a través de nuestro sacrificio.
Dios cree en nosotros y en nuestra fuerza como nos lo demuestra en 1 Juan 2:14: “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno”. Por eso convéncete hoy y cambia tu mentalidad para afrontar con valentía los obstáculos que encontrarás frente a ti; cuentas con el Señor, pero la acción nadie la ejecutará por ti.