Escucha:
“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29)
Piensa:
En la tarde del primer domingo después que Jesús había sido crucificado, sus discípulos, ante el pánico y desesperación de haber perdido a su maestro y guía, y bajo la amenaza de ser asesinados, decidieron esconderse. De pronto Jesús se apareció en medio de ellos y ante su inicial incredulidad, les mostró las heridas de sus manos y costados confirmando que era Él.
Uno de sus discípulos, Tomás, no se encontraba presente en el momento en que Jesús se les apareció. Cuando ellos le contaron que lo habían visto, él no creyó y afirmó: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, no creeré” ¿cómo podría estar vivo? si con sus propios ojos había sido testigo de su crucifixión.
Una semana más tarde, Jesús apareció nuevamente en medio de los discípulos, encontrándose esta vez, Tomás presente. Jesús le dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos, no seas incrédulo sino creyente”. Tomás se arrodilló y le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le contestó: “Porque me has visto, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.
Creer es dirigir la atención de nuestro corazón a Dios. Levantarnos y contemplarlo cada día, en toda su dimensión; rendirle gloria en nuestra acciones y ante circunstancias adversas en las que puede tambalear, como Tomás nuestra fe, volver a Él y reconocerlo como “mi Señor y mi Dios”,
Y es que al andar por los caminos del Señor, no estaremos libres de dudas, pero sin embargo, en esos momentos, si tendremos algo por seguro: La esperanza y misericordia de Dios por nosotros, es para siempre. Jesús lo hizo con Tomás, de esa misma forma, El Señor lo hace con nosotros cada día.
Ora:
Señor, fortalece mi fe, en aquellos momentos de dificultad en los que puedo dudar. Hazme sabio , para reconocer en esa circunstancias que sólo Tú misericorida y cuidado, son para siempre . Amén