Escucha:
Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. (Marcos 10:43-44)
Piensa:
Cuando tenemos la mente de Cristo, tenemos la mente de siervo. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (v. 45). Incluso él. De eso se trata su reino, de sacrificio y de servicio, de dar y de compartir, de considerar las necesidades de otros por lo menos igual a, si no mayores que, las nuestras.
Es un pensamiento agradable, ¿verdad?, pero es un proceso difícil. ¿Por qué? Debido a que estamos acostumbrados a pensar en nuestros talentos y dones en función de lo que ellos pueden lograr para nosotros. Muy profundamente, queremos salir adelante. Nos impulsa la ambición de lograr algo y el pecado ha distorsionado ese ímpetu para hacerlo egoísta. Al igual que los arquitectos de la Torre de Babel, queremos construir «una gran ciudad para nosotros. […] Eso nos hará famosos» (Génesis 11:4). Nuestra «ciudad» tan deseada es frecuentemente una reputación impresionante y la alabanza de los que la reconozcan. Ese ímpetu no nos lleva al servicio de manera natural.
Sin embargo, Jesús nunca nos pidió que hiciéramos lo que surge naturalmente. La mente que él cultiva dentro de nosotros no tiene nada que ver con el logro egoísta. Tendrá ímpetu y ambición, sin duda, pero no en la dirección en que alguna vez buscamos. No, nos consumirá la visión de una unidad celestial y nos daremos cuenta de que la única manera de alcanzarla es sirviendo. No nos importará nuestra propia reputación tanto como la reputación del reino de Dios. En lugar de forjarnos un nombre para nosotros mismos, forjaremos un nombre para su reino y ese será un nombre humilde y de sacrificio.
Jesús sirvió a gente pecadora. Podríamos aprender de su ejemplo. De hecho, tenemos que hacerlo. Es una orden. No obstante, es una orden con una promesa inesperada: este servicio es grandeza en el reino de Dios. Así como el interés propio nos aleja de él y de los demás, el autosacrificio nos acerca a él. Nuestros dones y nuestros talentos llegan a ser herramientas útiles para el beneficio de otros.
La única vida que cuenta es la vida que cuesta.
Ora:
Señor, ayúdame a reconocer y ser consciente de los dones con los que mas premiado, para usarlos plenamente en servir a otros y glorificar Tu Santo Nombre. Amén
Mas Palabra Edificada / Servicio a Dios y a Otros:
Romanos 12:11
En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.
1 Corintios 15:58
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
Marcos 9:35
Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos.
Juan 12:26
Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.
Marcos 10:45
Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Mateo 25:21
Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.
2 Timoteo 3:16-17
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Deuteronomio 13:4
En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis.
Gálatas 5:13
Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.
Juan 13:14
Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.