Escucha:
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10: 14-15,26-27)
Piensa:
Una de las cosas más geniales que adoraba de mis dos abuelas, era lo mucho que me conocían. No sólo a mí, sino al resto de sus nietos. Se dedicaban por aprender de nuestros gustos, conocer aquello que de pequeños nos hacía felices y estar al tanto de nuestras necesidades. Estaban tan prestas a conocernos, que a veces parecía que incluso antes de que nosotros expresaramos alguna idea, ellas ya sabían lo que íbamos a decir.
Dios hace lo mismo cada día, busca, como un padre compasivo y fraternal que quiere permanecer cercano a sus hijos, saber todo de ellos, dar cuenta de sus necesidades y guiarlos mediante su palabra hacia el servicio fiel con gratitud y obediencia.
Lo importante de todo esto, es que a pesar de nuestro deber de buscar cada día del Señor y ampliar nuestro conocimiento de Él, sobre la base de su palabra, existe de su parte la promesa de escudriñar nuestros caminos y pensamientos al ser su creación, como lo dicta la palabra: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué” (Jeremías 1:5)
Por ello, El hecho de saber que Dios nos conoce tal y como somos, y que a pesar de ello nos ama, debe traer a nuestros corazones, una paz verdadera y de calidad, que sobrepasa todo entendimiento.
Qué bueno saber que Dios nos conoce perfectamente y nos ama continuamente y sin límites.
Ora:
Señor, gracias por conocer cada parte de mí y derramar en mi vida tu amor infinito. Sólo Tú me elevas cuando he podido caer; Solo Tú serenas mi alma cuando ella se exalta en el regocijo de una alegría, Sólo Tú respondes a mis angustias, porque eres Tú quien me conoce completamente. Amén.