Y alzando sus ojos, vio a Israel alojado por sus tribus; y el Espíritu de Dios vino sobre él. (Números 24:2)
El famoso cantante Brasileiro Vinícius de Morais, en una de sus canciones entona un verso que muchos malinterpretan: “Los muy feos me perdonan, pero la belleza es fundamental”. Sin embargo, en tan poético pasaje, quería él referirse a la belleza definida por patrones externos, sino a la que surge del interior, de nuestro corazón y nuestro espíritu. Y es que el concepto de belleza depende de la perspectiva desde la que se mire.
En cierto sentido, el libro de los Números demuestra lo bello que es el Señor y, por mencionarlo de alguna manera, lo feo o no agradable para el Señor, que había en el pueblo de Israel. La narración se repite: Dios les envía a poseer cierto territorio, el pueblo desobedece las órdenes divinas y murmura. La historia de Balac y Balaam interrumpe este relato. Estos dos no israelitas se dedican a subrayar la fealdad, el pecado, del pueblo de Dios para quitarle a Israel el favor divino y que no conquistara Moab, tierra de Balac.
Hubo dos intentos fallidos de maldecirlos. En el tercero, desde lo alto del monte Peor, Balaam tiene una perspectiva diferente del campamento de Israel, que mostraba a las tribus organizadas en torno al tabernáculo, la presencia de Dios (Números 24). Éste era el punto de vista de Dios: Él mismo era el centro organizador de la vida. Tras contemplar la fuente de la belleza de aquel pueblo, maldecirlo sería imposible.
Así es como nos ve Dios: a través de Cristo. Y así espera que nos veamos, no para fijarnos en la fealdad natural de nuestro pecado, sino para ver la belleza de la santificación que Jesús obra en nosotros. Abramos nuestro corazón, para que esa obra rinda fruto y llegue a destino, todos y cada uno de nuestros días.
Señor, efectúa Tu obra en mi y haz brotar de mi corazón, todo lo bello, agradable y hermoso que has puesto en cada uno de Tus hijos, siempre para dar el fruto que Te rinda la mayor de las glorias, En El Nombre de Jesús, Amén.
