Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. (1 Juan 5:4)
Un discípulo preguntó a su sabio maestro: —Maestro, quiero encontrar a Dios. El maestro no respondió. Como hacía mucho calor, le dijo que lo acompañara a darse un baño en el río. Cuando ambos estaban ya dentro del agua, el maestro agarró con fuerza al discípulo y le mantuvo la cabeza debajo del agua. Al faltarle el aire, el joven se debatió con desespero por unos instantes hasta que finalmente el maestro lo dejó volver a la superficie. Después le preguntó qué era lo que más había deseado mientras estaba debajo del agua. —Aire —respondió el discípulo. — ¿Y deseas a Dios con el mismo desespero con el que deseabas aire cuando estabas bajo el agua? —le preguntó el maestro—.Si lo deseas así, lo encontrarás. Pero si no sientes una necesidad apremiante de él, de nada te servirán los razona- mientos y los libros. No encontrarás a Dios, a menos que lo desees con tanta vehemencia como el aire que respiras.