El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lucas 6:45)
El corazón es la fuente de las actitudes y las acciones del ser humano. Por eso Jesús siempre ahondó en profundidad de todo aquello que guardamos y despejamos de él. Lo que llena nuestro corazón acabará repercutiendo en nuestra vida. De allí, la importancia de seguir el consejo de Pablo de meditar y reflexionar sobre cosas buenas, verdaderas y puras que nos edifiquen y rindan fruto en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, siempre para gloria de Dios
Cómo resultado de esa reflexión y ese estado de alerta y compromiso para edificar en todo momento, cuando hablemos, actuemos o reaccionemos, lo que salga de nosotros también serán actitudes, pensamientos y acciones, no para derribar sino para levantar. El cristiano se enfrenta a tantos retos y dificultades como el hombre sin Dios. Quizá incluso más. Pero hay una diferencia: al recordar las cosas que El Señor ya ha hecho por nosotros, incluso cada prueba, se convierte en una fuente de bendición para el creyente y además una fuente de aprendizaje, que lo hará más fuerte y más apto para los nuevos desafíos que, de seguro, encontrará en su camino.
Que, con la sabiduría dada por Jesucristo en el versículo hoy, dejemos que nuestros corazones sean tallados por la gracia del Señor, para que Él nos quite lo que hay de viejo, estropeado e inútil en nuestro interior, y lo reemplace por la buena semilla del Evangelio, de forma que ella crezca en nuestros corazones y dé buenos frutos, que no sólo edifiquen nuestro espíritu y nuestra fe, sino que sirvan de ejemplo a otros, para buscar los caminos de vida verdadera, que sólo El Señor, puede ofrecer.
Señor, quiero ser una fuente de bendición para los demás. Purifica mi corazón para que lo que salga de mí pueda animar y edificar a los demás, llevándolos también a Tus caminos de bien y de verdad. Te lo ruego en el nombre de Jesús, Amén.