En la quietud y en la confianza estará vuestra fortaleza. Isaías 30:15
Vivimos rodeados de prisas. La rutina nos empuja, las responsabilidades se acumulan, y cada día parece exigir más velocidad. Sin embargo, en medio del bullicio, Dios nos hace una invitación: “Detente. Escucha. Confía”. Es en la quietud, no en la prisa, donde encontramos Su voz. Es en la confianza serena, no en el esfuerzo desesperado, donde hallamos Su poder.
Recuerdo una lección sencilla pero profunda que aprendí en un taller de fotografía. Antes de siquiera tocar nuestras cámaras, el instructor nos pidió caminar, observar, escuchar. “Si se apresuran, se perderán lo mejor”, dijo. Y tenía razón. Aquella hora de contemplación me abrió los ojos a detalles que, en la prisa, habrían pasado inadvertidos.
Así ocurre también en nuestra vida espiritual. Corremos tanto que dejamos de ver la belleza que Dios ha dispuesto a nuestro alrededor, los pequeños milagros cotidianos, las oportunidades para amar y ser amados, la profundidad de Su gracia. Corremos tanto que perdemos el compás del cielo.
Pero el Señor no nos llama a competir con el ritmo del mundo. Él nos llama a confiar. A detenernos. A entrar en su descanso. Porque es allí, en la calma confiada, donde renueva nuestras fuerzas, donde endereza nuestros pasos, donde habla al corazón.
No te pierdas lo mejor de Dios por andar siempre apurado. Haz una pausa. Respira. Mira a tu alrededor. Su presencia está más cerca de lo que imaginas.
Padre amado, ayúdame a bajar el ritmo y a descubrirte en la quietud. Enséñame a confiar en tu guía y no en mi prisa. Que mis pasos estén marcados por tu paz y mi corazón se alinee con tu voluntad. Abre mis ojos a tus bendiciones cotidianas y hazme sensible a tu voz suave y constante. Hoy elijo detenerme para escucharte y descansar en ti. En el nombre de Jesús, Amén.
