Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones, enaltecido seré en la tierra. Salmo 46:10
Soy una persona que ama avanzar, que encuentra satisfacción en empezar y terminar proyectos, y que rara vez se detiene. Tener varios planes en marcha me energiza, pero también me vuelve impaciente ante cualquier contratiempo. Cuando una enfermedad me obliga a parar o algo interrumpe mi ritmo, la frustración golpea fuerte: siento que pierdo tiempo.
Quizás tú también luchas con esa sensación. Tal vez, como yo, te dices: “No tengo tiempo para detenerme”. Incluso puedes pensar que si tú no lo haces, todo se vendrá abajo.
Pero hay una verdad que necesitamos abrazar con urgencia: Dios está al mando. Él permite pausas inesperadas para captar nuestra atención y recordarnos que el control nunca fue nuestro. En esos momentos de debilidad, dolor o interrupción, el Señor nos susurra: “Detente. Yo estoy aquí. Escucha.”
Es en esa quietud forzada —cuando estamos boca arriba, sin poder avanzar— que Dios imparte algunas de Sus lecciones más profundas. Él nos confronta con preguntas que rara vez nos hacemos en movimiento: ¿Qué quieres enseñarme, Señor? ¿Qué áreas de mi vida necesitan cambio? ¿Qué ritmo necesito soltar para vivir según Tu propósito?
La quietud no es pérdida de tiempo. Es espacio sagrado donde Dios obra en lo profundo.
Señor, enséñame a estar quieto y a confiar en que Tú estás en control, incluso cuando mis planes se detienen. Ayúdame a reconocer que no todo depende de mí, y que en medio del descanso forzado también estás hablando. Haz que mi alma se aquiete para escucharte, aprender de Ti y caminar a Tu ritmo. Que Tu voluntad prevalezca sobre mi impulso de correr. En el nombre de Jesús, Amén.