Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20:28
Nunca nos parecemos tanto a Jesús como cuando servimos con humildad. Aunque Él es el Señor del cielo y de la tierra, tomó forma de siervo y se entregó por amor. No buscó ser exaltado por los hombres, sino levantar al quebrantado, restaurar al caído y abrazar al despreciado.
El servicio verdadero nace de un corazón que ha sido tocado por la gracia. No se basa en reconocimiento, ni se mide por grandeza humana, sino que fluye como una expresión de gratitud. Cuando dejamos a un lado nuestros intereses para atender a los demás—cuando animamos al que sufre, alimentamos al necesitado o simplemente escuchamos con compasión—manifestamos el mismo corazón que movió a Jesús.
Y es que servir no solo transforma al que recibe, sino también al que da. Nos conecta con el gozo profundo de vivir como hijos del Reino, alineados con el propósito de Dios. En cada pequeño gesto guiado por el Espíritu, recordamos que al hacerlo por uno de los más pequeños, lo hacemos para Cristo mismo (Mateo 25:40).
Padre Celestial, gracias por mostrarnos en Jesús el modelo perfecto de humildad y servicio. Abre mis ojos para ver las necesidades que me rodean y dame un corazón generoso para atenderlas sin esperar nada a cambio. Que cada palabra de aliento, cada acto de ayuda, y cada momento dedicado al prójimo refleje Tu amor. Enséñame a servir como lo hizo Tu Hijo, con ternura, entrega y compasión. Que mi vida entera sea un eco del corazón de Cristo. En Su nombre, yo oro, Amén.